Cuentan que estaba el buda sentado con sus discípulos. Todos los días se reunían para escuchar sus enseñanzas, pero ese día se limitó a arrancar una flor y mostrársela. En el silencio que siguió a ese gesto, cada uno de ellos intentó entender qué es lo que podía significar. Uno pensó que simbolizaba la belleza de la naturaleza, por lo que compuso un poema sobre las maravillas de la tierra. Otro creyó que lo que quería era desentrañar aquello que se ocultaba en la flor, por lo que la abrió y se dedicó a estudiar una de sus partes. Así se fueron sucediendo las interpretaciones en la que cada uno creyó ver una cosa distinta. Sin embargo, el último, un monje llamado Mahakashyapa, cuando vio la flor, se limitó a sonreír. Por supuesto sólo él había entendido la enseñanza, y tanto es así -pues esta historia es real, o más o menos- que se convirtió en el sucesor y primer patriarca del budismo.
Esta historia recoge la esencia más fundamental del budismo, y, en realidad, de todas esas cosas que llaman las filosofías orientales. Porque todas ellas buscan básicamente una misma cosa: quitar el velo que cubre las puertas de la percepción de la realidad.
Imagina que ves una flor. Al principio verás la flor, pero al cabo de algunos segundos tu mente empezará a pensar. Querrás saber qué flor es, qué especie o de qué tipo, querrás saber a qué huele, observarás cómo es por dentro, si tiene algún defecto o algo particularmente bonito. Te vendrán a la mente recuerdos, otras flores que has visto iguales, el lugar donde las viste, las personas con las que estabas, la situación, el momento. Verás cientos de imágenes y pensamientos, todos menos la flor que estás viendo. Y lo más curioso de todo es que ni siquiera te darás cuenta de todo ello.
En oriente lo llaman "el velo de maya", la cortina que nubla la vista y distorsiona la realidad. La realidad, lo que realmente es, no la percibimos nunca. Todo pasa a través del filtro de la mente, y una vez filtradas, las cosas son distintas a como en realidad son.
Esta deformación de lo real provoca la inmensa mayoría de los conflictos personales y entre las personas. La mente está siempre intranquila y en continuo combate. Su naturaleza esencial es la de buscar problemas, porque para eso ha sido creada. Al filtrar las cosas a través de una mente agitada las cosas nos parecen problemáticas. Las palabras que escuchamos nos resultan hirientes porque la mente está herida, los sucesos cotidianos nos irritan porque la mente está irritada. La realidad nunca es buena o mala ni fea ni bonita, es la mente la que juzga y convierte una cosa en positiva o negativa.
Por eso el trabajo crucial de la espiritualidad oriental consiste precisamente en eso, en limpiar la mente de sus propias tensiones. Una vez hecho esto, la vida cambia radicalmente. Absolutamente todas las prácticas y ejercicios de las "filosofías" orientales buscan elevar el nivel de consciencia, ser conscientes de las cosas así como son, o, lo que es lo mismo, bajar el nivel de tensión mental y reducir la dependencia del ser humano respecto de los vaivenes de su propia mente. Que no quiere decir dejar de pensar o poner la mente en blanco, sino percibir la luz que se esconde detrás de los remolinos del caótico y errático pensamiento cotidiano.
domenica 22 agosto 2010
Iscriviti a:
Commenti sul post (Atom)
Nessun commento:
Posta un commento