lunedì 19 gennaio 2009

La matrixdotecnia de la política

Todas las empresas tienen un objetivo obvio: maximizar los beneficios. Ojo al objetivo: maximizar los beneficios. Esto significa lo que significa, no quiere decir, necesariamente, vender más, ni quiere decir vender más caro, ni aumentar el número de compradores: quiere decir maximizar los beneficios.

Las formas de maximizar los beneficios de una empresa pueden ser muchas. Se puede intentar vender más, se pueden reducir costes, se puede replantear la situación financiera, es decir, la situación de los créditos y las deudas que necesariamente se tienen, diversificar la oferta, en fin, unas cuantas. Pero existe una que es muy importante: el marketing, o, más en castellano, la mercadotecnia.

La mercadotecnia no busca vender más: busca vender más a quien me garantiza el mayor beneficio. Esto es muy importante, porque no significa necesariamente vender más a cualquier persona con dinero, sino buscar aquella población a la que, vendiendo mi producto, me garantiza que mi empresa obtenga el máximo beneficio. Un aftershave de adidas se intentará vender a los hombres de entre 20 y 50 años preocupados por su cuerpo y con intereses deportivos, mientras que la colonia de Carmen Sevilla se destinará a las mujeres de más de 50 que ven la tele por las tardes. A partir de este posicionamiento del producto se crearán los anuncios, los colores de las cajas, los mensajes publicitarios y los horarios y lugares donde colocarlos.

¿Y todo esto qué tiene que ver con la política? Pues mucho. Porque tenemos que desengañarnos.
Los políticos no se mueven ya por ideas. Dejémonos de tonterías. Tampoco se mueven por el bien común, ni por mejorar el país, ni por el bienestar de los ciudadanos. Ni mucho menos por aplicar sus propuestas. Los políticos se mueven por interés, y su interés es llegar a lo más alto que pueda y mantenerse el mayor tiempo posible. Es decir, maximizar el número de votos.

Y aquí es donde entra el marketing. La política hoy en día se basa en el marketing político, que busca quiénes son los posibles votantes que me pueden dar el mayor número de votos, y a partir de aquí crea mensajes, posicionamientos, discursos, incluso música y colores.

Digo todo esto porque acabo de ver a Zapatero diciendo tonterías sobre la crisis. Tonterías que cualquier persona que supiera un mínimo de economía se las podría echar por tierra. Pero el discurso de Zapatero no va dirido a éstos: va dirigido a otros. Es como lo de Rajoy: todos sabemos lo que le importa el desfile del día de la hispanidad, pero hace 2 temporadas grabó un vídeo instando a los españoles a asistir al importante evento. Evidentemente dirigido a quien iba dirigido.

Lo que quiero decir es que solemos indignarnos, exaltarnos y acabar discutiendo sobre lo que dicen los políticos. Todo esto es un ERROR, porque lo que dicen los políticos no va dirigido a nuestra racionalidad: va dirigido a nuestro inconsciente, a lo que nos gusta, a lo que necesitamos. Va dirigido a crearnos la necesidad de votarles, y el marketing busca las poblaciones que maximizan el voto y crea estos mensajes. La política no es ideología ni bienestar: es marketing. La política no la dirigen ya los políticos: la dirigen los expertos en mercadotecnia. La política es un producto de consumo más, como las colonias o las cervezas, con sus propio objetivo que maximizar.

Cuando vemos un anuncio podemos quedarnos extasiados viendo el anuncio, o podemos mirarlo como lo vería un mercadotécnico: como un conjunto de mensajes dirigidos a una población concreta. Es como ver una página web o ver los ceros y unos que son en realidad. Con la política pasa lo mismo: cuando oímos a un político podemos escuchar lo que dice y exaltarnos o cabrearnos, e incluso discutir sobre ello, o podemos buscar las pautas y los mensajes que está diciendo y que están en función de su posicionamiento mercadotécnico. En cualquier caso, la realidad más real es la segunda, porque la primera, a pesar de que es más bonita, más interesante, más cabreante o más lo que quieras, es pura fantasía.

Desengañémosnos: todo lo demás es vivir en matrix.

mercoledì 7 gennaio 2009

El sillón anatómico.

No podía más. Era imposible. Estaba tan mal, tan mal, que tenía que hacer algo. Aunque para ser sinceros no he sido yo quien ha hecho algo, sino la suerte. El azar, el hado, la fuerza del sino… o la casualidad. Lo que queráis. Simplemente lo vi mientras pasaba por allí. Al principio no le hice caso, seguí caminando, pero al cabo de un poco me volví y entré. Está claro, no lo cogí en ese momento. Hube de esperar a que la idea madurara en mi cerebro. Siempre me pasa igual, o, bueno, casi siempre: no me decido a comprar cosas si no las veo, las miro, las miro otra vez, me voy a casa, le doy vueltas, las vuelvo a mirar y lo vuelvo a pensar. A menudo lo consulto con alguien. Casi siempre con Elena, que es mi mejor consejera, o al menos mi consejera habitual, mi favorita, pero me gusta, o quizá necesite, que otras personas me digan lo que piensan sobre mis potenciales adquisiciones. Sobre todo cuando me voy a gastar 150€.

150€ costaba el sillón. En la etiqueta costaba 300, pero estaba rebajado, por mudanza de local. Ya veis, de 300 a 150 euros, no está nada mal ¿no? Y es que me hacía falta. La silla con la que solía trabajar hasta hace pocos días era insoportable: mala, vieja y rota, con un respaldo absolutamente anti-anatómico que encima se salía y había que volver a colocar, me hacía tener la espalda curvada, el cuello tenso, los hombros encogidos y en tensión, el pecho cerrado, la cabeza hundida. Las piernas estaban siempre incómodas por lo que las doblaba y colocaba en posiciones imposibles que provocábanme dolor en las rodillas. Y lo peor no sólo era el dolor de, bueno, de casi todo el cuerpo. Lo peor era la sensación continua de ansiedad, de nerviosismo que tenía.

De verdad que lo he pasado mal. No se podía estar en esa silla mucho tiempo. Y esto último que he dicho, lo de la ansiedad y el nerviosismo, es la cosa más curiosa de todas: con el nuevo sillón mi estrés se ha reducido de forma increíble. Yo creo que es por la posición del cuerpo. Antes parecía un deprimido, quiero decir que mi espalda era la de un deprimido, y mi pecho cerrado y los hombros caídos y tensos eran los de un enfermo de estrés. Eso me hace pensar lo que dicen algunos: eso de que la alegría trae la sonrisa, y que también la sonrisa trae la alegría. Pues lo mismo. Si tu estado de ánimo es uno, la posición de tu cuerpo será proporcional a ésta, e, igualmente, una posición del cuerpo genera poco a poco un estado de ánimo que la refleja. El nuevo sillón, que es anatómico, me obliga, si lo uso bien, es decir si me busco la posición más cómoda, a mantener siempre el cuerpo recto, las rodillas naturalmente relajadas, el pecho abierto, los hombros hacia atrás y sin tensión, y esto no sólo quita de en medio dolores y malestares, sino que, además, abre las vías respiratorias, ayuda a concentrar la mente, actúa como calmante sobre el sistema nervioso e, incluso, me da la sensación que abre las vías pránicas, los chakras y los nadis y ese tipo de cosas.

No es perfecto, está claro. Me da a mí que un sillón anatómico hay que aprender a usarlo. No es el sofá de casa en que nos tiramos como nos sale y nos revolcamos 3 veces hasta que nos quedamos fritos. Para un sillón anatómico hay acoplarse a sus reglas, ser capaz de encontrar la posición, y además si no se tiene una cierta forma física cuesta mantener el cuerpo en posición perfecta. Vamos, que si los músculos no están en buen tono, al cabo de un poco puede resultar incómodo continuar en una buena postura. Son las cosas del mundo moderno, pero si se saben usar, de verdad… ¡¡¡que alivio!!!