domenica 11 ottobre 2009

La dieta mediterránea


"Everything you know is wrong"
U2.

Un aspecto interesante y destacable de la mentira colectiva en que estamos todos inmersos es eso de la "dieta mediterránea". El español suele ser una persona que considera que todo lo hace bien: Quizá en otros países se trabaje mejor, quizá otros pueblos sean más ricos o avanzados tecnológicamente y seguramente en otras naciones la gente gane más dinero, tengan mejores servicios y sus políticos sean más serios y rigurosos, pero da igual todo eso porque, como se vive en España, no se vive en ningún sitio. El español piensa que la forma de vida de aquí es la mejor del mundo, por lo que esa falta de riqueza, esa falta de organización o esa política más "de platillo y trompeta" que de cerebro y trabajo dan un poco igual ante el maravilloso estilo de vida de que disponemos. El español (como también lo cree el italiano, y, estoy seguro, el griego y el francés) es el mejor ser del planeta porque disfruta de la vida, y eso incluye una dieta sanísima, tan sana que esos países más ricos, cultos y avanzados intentan con empeño imitar e importar a sus cocinas.

Sin embargo, ¿alguien sabe con certeza qué es eso de la "dieta mediterránea"?
Las primeras referencias a la expresión de marras aparecen hacia finales de la década de los 40, cuando un grupo de investigadores norteamericanos (posiblemente atraídos por el descubrimiento de esas poblaciones semibárbaras que iban dejando los aliados tras su retirada de la vieja Europa) empezaban a descubrir que las poblaciones más recónditas de las islas griegas, de Creta y Chipre, de la Italia profunda, del sur de Francia y de la atrasada España tenían unas tasas de afectación de enfermedades coronarias mucho más bajas que los países del norte. Esas poblaciones, donde la tecnología médica no habría de llegar hasta varias décadas más tarde y cuya ingesta de grasas era mucho mayor que las del avanzado norte, poseían personas más sanas, cuerpos más robustos que morían extrañamente menos por unas enfermedades que entonces se creían causadas por un exceso de alimentación grasienta. En sus investigaciones, doctores como Leland G. Allbaugh y Ancel Keys descubrieron que el secreto detrás de tamaño misterio provenía probablemente de un estilo de vida más activo (debido a las largas jornadas de trabajo en el campo), pero también de la ingesta de una serie de productos, típicos del mare nostrum, de propiedades inquietantemente saludables. Así, esa alimentación basada exclusivamente en productos de la tierra, como son los cereales, verduras y frutas frescas, las legumbres y el queso, y sobre todo el aceite de oliva y el vino en cantidades moderadas, con pequeñas incursiones de carne y pescado azul, tenían efectos prolongadores de la vida, a pesar de contener unas cantidades de grasas tremendamente más altos que los considerados a la sazón correctos. A esto lo llamaron "dieta mediterránea".

En realidad, ningún pueblo o país practicaba entonces esa "dieta". Lo que los investigadores reunieron fueron una serie de pautas, de alimentos y de modos de consumirlos, que de forma más o menos afín seguían estas poblaciones. Quizá en Francia se abusaba de las grasas animales, en Italia se alimentaban de pasta y arroz y en Grecia o Turquía de yogurt y pitta, pero en general se podían definir unas interesantes líneas comunes. Igualmente, la alimentación de aquella época estaba fuertemente influenciada por el hecho de la postguerra: los alimentos eran escasos, la carne era muy cara y la gente comía más lo que podía que lo que le gustaba.

Las investigaciones posteriores no hicieron más que confirmar los descubrimientos de estos pioneros, añadiendo además valor científico y rigor médico: que el aceite de oliva contiene un tipo de grasas que hace reducir el colesterol malo, que el pescado azul -antes considerado poco menos que un veneno-, idem de lo mismo, que el yogurt ayuda a las bacterias intestinales que a su vez ayudan a las defensas del organismo, que los antioxidantes de la fruta atrapan los radicales libres causantes del envejecimiento, y que además el vino desbloquea las venas y las dilata y previene el infarto. Total, que la "dieta mediterránea" es una cosa increíble.

Pero ocurrió que la vieja Europa comenzó a recuperarse de la guerra. Las poblaciones se hicieron más ricas, los que no eran ricos abandonaron el campo para trabajar en las fábricas, y los hijos de éstos escalaron a las oficinas. La carne empezó a ser menos cara, y la bollería industrial, los platos precocinados, las grasas hidrogenadas y los congelados nos hicieron la vida más sabrosa y fácil. Las verduras empezaron a considerarse aburridas, las legumbres pasaron de moda y la fruta se podía comer en almíbar, los refrescos azucarados nos dieron sabor a las tardes y las cenas opíparas, los postres de chocolate y crema y los cubatazos de ron o güisqui nos alegraron las noches y las madrugadas. Siguiendo ancestral evolución nos hicimos más sedentarios, tuvimos menos tiempo y cocinamos menos, el frito substituyó al asado y la industria casi borró la huerta, el campito y el "hecho a mano".

Y la "dieta mediterránea", cacareada por el patriotismo, por la autojustificación y, por supuesto, por el ojo avizor del marketing nos cautivó a todos. Esa dieta, que nunca existió, que son sólo pautas, que se dedujo en medio de unas circunstancias especiales e irrepetibles -postguerra, simplicidad de vida y medio rural- se ha convertido ahora en el eslogan y la bandera de nuestra forma de entender la sobremesa. El engaño no es que nos guste lo que comemos, que está muy bien y es, ¡claro!, cuestión de gustos: el engaño es creernos que es la mejor dieta posible, o bueno, quizá no sea la mejor, pero seguro que es buena. Claro, somos mediterráneos, como el chorizo, la carrillada y el secreto ibérico. Como la carne en salsa y la morcilla de Burgos. Como el jamón curado, las gambas de Huelva y la mayonesa. Como el pescaíto frito y la bollería de crema. Como todo lo que comemos. Y como todo eso es mediterráneo, pues nuestra dieta también lo es, y es la mejor. ¡Lo dicen los americanos!

No nos engañemos: aunque nos guste, lo que comemos no es tan sano como pensamos. España abusa de la carne. Andalucía, del frito, que por mucho que se fría con aceite de oliva, ralentiza el estómago. Y la fritura que hacemos, el frito sobre frito, la freidora de aceite reutilizado y de temperatura alta, no, no es buena. Comemos poca verdura, poca legumbre y poca fruta. La bollería industrial, la margarina y la crema no son sanas, bien, no es que sean malas, pero abusamos. Ya hoy día casi no comemos pan, y el que nos venden es bastante malo, de harinas requeteblancas sin traza alguna de fibra. Los congelados, y en general, todo lo que no sea fresco, no, no es bueno.

Claro, no es que sea malo. No es un veneno. Nadie se va a morir por comer lo que comemos, eso es así. Simplemente, no es tan sano como creemos. Nuestro estómago, nuestro intestino, nuestras defensas, la sangre y líquidos no están precisamente contentos con lo que les damos, en especial los primeros: y si no, esperad a ver el próximo post.

Como decía el anterior psot, solemos creer lo que nos cuentan sin darle profundidad, sin cabal conocimiento, sin pensarlo 2 veces. El titular es lo que cuenta, y sucede que nos engañan. No, no te engañes más: cómelo si te gusta, pero no es tan bueno.

Abajo, la mil veces repetida pirámide nutricional, mediterránea. Haz un juego: observa si realmente comes como dice ahí. Verás que no.


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