No podía más. Era imposible. Estaba tan mal, tan mal, que tenía que hacer algo. Aunque para ser sinceros no he sido yo quien ha hecho algo, sino la suerte. El azar, el hado, la fuerza del sino… o la casualidad. Lo que queráis. Simplemente lo vi mientras pasaba por allí. Al principio no le hice caso, seguí caminando, pero al cabo de un poco me volví y entré. Está claro, no lo cogí en ese momento. Hube de esperar a que la idea madurara en mi cerebro. Siempre me pasa igual, o, bueno, casi siempre: no me decido a comprar cosas si no las veo, las miro, las miro otra vez, me voy a casa, le doy vueltas, las vuelvo a mirar y lo vuelvo a pensar. A menudo lo consulto con alguien. Casi siempre con Elena, que es mi mejor consejera, o al menos mi consejera habitual, mi favorita, pero me gusta, o quizá necesite, que otras personas me digan lo que piensan sobre mis potenciales adquisiciones. Sobre todo cuando me voy a gastar 150€.
150€ costaba el sillón. En la etiqueta costaba 300, pero estaba rebajado, por mudanza de local. Ya veis, de 300 a 150 euros, no está nada mal ¿no? Y es que me hacía falta. La silla con la que solía trabajar hasta hace pocos días era insoportable: mala, vieja y rota, con un respaldo absolutamente anti-anatómico que encima se salía y había que volver a colocar, me hacía tener la espalda curvada, el cuello tenso, los hombros encogidos y en tensión, el pecho cerrado, la cabeza hundida. Las piernas estaban siempre incómodas por lo que las doblaba y colocaba en posiciones imposibles que provocábanme dolor en las rodillas. Y lo peor no sólo era el dolor de, bueno, de casi todo el cuerpo. Lo peor era la sensación continua de ansiedad, de nerviosismo que tenía.
De verdad que lo he pasado mal. No se podía estar en esa silla mucho tiempo. Y esto último que he dicho, lo de la ansiedad y el nerviosismo, es la cosa más curiosa de todas: con el nuevo sillón mi estrés se ha reducido de forma increíble. Yo creo que es por la posición del cuerpo. Antes parecía un deprimido, quiero decir que mi espalda era la de un deprimido, y mi pecho cerrado y los hombros caídos y tensos eran los de un enfermo de estrés. Eso me hace pensar lo que dicen algunos: eso de que la alegría trae la sonrisa, y que también la sonrisa trae la alegría. Pues lo mismo. Si tu estado de ánimo es uno, la posición de tu cuerpo será proporcional a ésta, e, igualmente, una posición del cuerpo genera poco a poco un estado de ánimo que la refleja. El nuevo sillón, que es anatómico, me obliga, si lo uso bien, es decir si me busco la posición más cómoda, a mantener siempre el cuerpo recto, las rodillas naturalmente relajadas, el pecho abierto, los hombros hacia atrás y sin tensión, y esto no sólo quita de en medio dolores y malestares, sino que, además, abre las vías respiratorias, ayuda a concentrar la mente, actúa como calmante sobre el sistema nervioso e, incluso, me da la sensación que abre las vías pránicas, los chakras y los nadis y ese tipo de cosas.
No es perfecto, está claro. Me da a mí que un sillón anatómico hay que aprender a usarlo. No es el sofá de casa en que nos tiramos como nos sale y nos revolcamos 3 veces hasta que nos quedamos fritos. Para un sillón anatómico hay acoplarse a sus reglas, ser capaz de encontrar la posición, y además si no se tiene una cierta forma física cuesta mantener el cuerpo en posición perfecta. Vamos, que si los músculos no están en buen tono, al cabo de un poco puede resultar incómodo continuar en una buena postura. Son las cosas del mundo moderno, pero si se saben usar, de verdad… ¡¡¡que alivio!!!
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