Tiziano Terzani Nació pobrísimo hace 64 años en Florencia. Durante 30 años ha sido corresponsal de guerra. Ha hecho lo que amaba. Ahora vive retirado en el Himalaya y la guerra de Afganistán le ha convertido en un loco kamikaze por la paz. Está casado y tiene dos hijos y un nietecito al que le ha dedicado "Cartas contra la guerra", que edita RBA. Ima Sanchís le entrevistaba el martes en “La Vanguardia”.
—¿Por qué se ha pasado media vida contando la muerte?
—Uno comienza a ser corresponsal de guerra porque es joven, impetuoso e idealista. Siempre he escrito un diario y en mi primera guerra, Vietnam, la primera frase que escribí fue: "La guerra es una cosa triste, pero es más triste todavía cuando se convierte en hábito".
—Después de treinta años...
—El primer muerto que vi tirado en la calle, con la boca llena de moscas, me impresionó. Luego aprendí a contarlos.
—Se había habituado.
—Sí, pero a los 63 años me he dado cuenta de que no, de que esta última guerra en Afganistán me ha revuelto. ¿Sabes?, hay momentos en la vida en que sientes algo en la piel que te invade con una fuerza arrolladora.
—Las cosas hay que sentirlas.
—Hace poco, en Kabul, vi pasar a un hombre que se volvía continuamente para mirar a una niña que corría tras él con una sola pierna. Debía de ser su hija. Yo también tengo una hija y en aquel momento sentí el peso de la injusticia. Así es nuestro trabajo.
—¿Cómo?
—O te conduce a un gran cinismo o a una especie de paranoia en la que ya no puedes soportar oír decir las mismas banalidades. Toda la vida oyendo a esos ministros, presidentes y capitostes relativizando, justificando la barbarie... ¡Basta!
—Algo positivo habrá aprendido.
—Tras 30 años en Asia he aprendido a pararme y respirar, a meditar. Es necesario detenerse y reflexionar, tomar conciencia del mundo que tenemos y del que queremos.
—Y del ser humano, ¿qué ha aprendido después de ver tanta miseria, tanta violencia?
—Como me dijo un amigo, el hombre nace sin alma, pero alguno, viviendo, consigue construirse una. Podemos ser mejores. Pero ahora vivimos una nueva edad media. Somos sólo cuerpo, un cuerpo que lucir, cuidar, embellecer y mantener con vida el máximo tiempo posible.
—¿Hemos perdido el sentido?
—Sí, porque somos algo más que eso. El marxismo leninismo, en cierto modo, nos ha cortado el cordón con el cielo; y el psicoanálisis abrió un agujero profundísimo en el que nos perdemos... ¿Buscar la razón de lo que somos en el sexo? Yo creo que es mucho mejor hacer el amor que hacer sexo, y si les enseñáramos eso a nuestros hijos, tal vez añadiríamos algo de poesía a esta vida. Atravesamos un periodo oscurantista.
—Todo materia.
—Por eso basamos todas nuestras decisiones en lo que nos es útil, nos conviene. Debemos reinventar la moralidad, los principios y la ética en nuestra vida cotidiana.
—¿Qué propone?
—El ayuno de consumo, de exceso, porque el consumismo nos consumirá. Debemos controlar nuestros deseos. Y recuperar el silencio. La comunicación nace del silencio.
—He visto fotos de su juventud, parece usted un periodista impetuoso, resuelto...
—¡"Brava"!... Tenía tres ideas férreas. Hace poco reencontré a un viejo amigo de Vietnam al que no había visto desde entonces. Él estaba igual. "¡Dios mío, cómo has cambiado!", me dijo con lástima. "¡Menos mal!", pensé yo, el tiempo no ha pasado en balde.
—¿Tiene más respuestas?
—¿Con mi pequeña vida de 64 años? No. Pero tengo preguntas y dudas para tirarle a la cara a quien pretende tener las respuestas a los problemas del mundo. ¿Sabes qué es lo bello de envejecer?
—No.
—En la vida tienes la sensación de que todo ocurre por casualidad. Pero, cuando eres viejo y miras hacia atrás, te das cuenta de que hay un hilo que da sentido a tu vida. En las guerras siempre he ido a hablar con el otro. En la guerra de Vietnam con el Vietcong, en la de Sri Lanka con los tamiles, en la de Afganistán con Al Qaeda.
—Eso da sentido a su trabajo.
—El bellísimo símbolo taoísta, el yin y el yang, simboliza que en el interior de las tinieblas hay un punto de luz y en el interior de la luz un punto de tiniebla.
—¿El mundo es uno y cada parte tiene su sentido?
—Sí, es posible reemplazar la lógica de la competitividad por la ética de la coexistencia. Nadie tiene el monopolio de nada. La idea de una civilización superior a otra es sólo fruto de la ignorancia. La armonía, como la belleza, está en el equilibrio de los opuestos, y la idea de eliminar uno de los dos es sencillamente sacrílega.
—¿De dónde ha sacado la fuerza?
—La curiosidad, querer entender... Pero también he tenido suerte, desde muy joven encontré a mi compañera de vida. Yo creo que cuando nacemos somos sólo una mitad y que nos pasamos la vida buscando el pedazo que nos falta. Cuando lo encuentras, el amor adquiere otro significado, si no, te pasas la vida buscando algo indefinido y hay una sensación de frustración que yo no he tenido.
—¿Por qué se ha retirado del mundo?
—Me fui a vivir a una cabaña en el Himalaya cuando sentí que ya había dado lo mejor de mí. Permíteme un consejo: Si en la vida se te presenta una ocasión de no repetirte, tómala. Me he pasado la vida viajando hacia fuera y ahora viajo hacia dentro.
—Sigue siendo un explorador.
—Sí. A veces intuyes que la vida es algo más y si lo has sentido alguna vez tienes esperanza. El mundo de hoy es terrible, sólo lo cambiaremos si cada uno de nosotros toma conciencia de que las causas de la guerra están dentro de nosotros: el deseo, el miedo, la inseguridad, la vanidad, el orgullo...