lunedì 24 settembre 2012

Carta a Alberto Garzón, economista y diputado por IU

Estimado Sr. Garzón,

Recientemente he tenido la oportunidad de leer este artículo que publicó usted en la página web de Attac. En él hace uso de las cifras del Banco de España para construir un gráfico en el que se demuestra de manera incuestionable que la deuda española se debe en su mayor parte a la actividad de endeudamiento que han tenido las empresas privadas. Como muy bien dice usted mismo, “ese endeudamiento no ha sido responsabilidad de los agentes públicos, como el populismo de derechas pretende hacernos creer, sino que han sido los agentes privados los que han vivido “por encima de sus ingresos regulares”. Como se puede comprobar en el gráfico, son especialmente las sociedades no financieras las que aceleran su exposición a las deudas, seguidas por los hogares.”. 

 

Le escribo esta misiva porque tengo un problema. Mi problema, o mi desgracia, es que no soy economista. En su momento me lo planteé como carrera profesional, llegando a figurar en mis preferencias universitarias en el puesto tercero, por detrás de la ingeniería (que, finalmente, cursé) y la física. Por este motivo, carezco de las herramientas y los conocimientos necesarios para juzgar con plenitud los asuntos económicos. Pero, cuando vi este gráfico, me quedé sorprendido.

Literalmente, me quitó el sueño. Tanto es así, que llevo pensando en él todo el fin de semana, con sus días y con sus noches. Me sorprendió por encima de todo una cosa: que, a pesar de las voces que en España piden una reducción del gasto autonómico, el peso de la deuda de las autonomías es prácticamente residual si se compara con las demás.

Esto me sorprendió más todavía porque recientemente tuve la oportunidad de leer que el gasto autonómico representa tres cuartas partes del gasto público total en España. Me parecía una contradicción absurda que la mayor parte del gasto genere una deuda tan pequeña. Le aseguro que, por momentos, no he podido dormir pensando en esta inquietante cuestión.

Sin embargo, ayer por la noche creí ver una pequeña luz que resolvía el dilema: el hecho de que las autonomías no pueden emitir deuda pública. Si estoy en lo cierto, sólo los estados soberanos están capacitados para emitir letras y bonos internacionales, que se venden y se compran en los famosos mercados. Esto me lleva a la conclusión de que lo que ocurre es que las autonomías no se financian ellas solas, sino que lo hacen, en su mayor parte, a través de la financiación estatal. Es decir, que es el estado el que financia los gastos y las deudas de las entidades regionales, y no ellas mismas.

Si esto es verdad, una de las conclusiones de su artículo, donde asegura que “aunque se intentara atajar la deuda pública sería irracional hacerlo atacando a las CCAA y promoviendo la fusión de ayuntamientos pequeños”, es falsa. Es evidente que sería irracional pedirles reducir su deuda para que se reduzca significativamente la deuda global del país, puesto que, lo que es deuda, prácticamente no tienen. Pero lo que sí se les puede pedir es que reduzcan su gasto, y esta reducción provocaría una bajada de la deuda de la administración central, que es quien la financia.

Hasta aquí llegué ayer por la noche. Con este pensamiento en la cabeza conseguí quedarme dormido, pero mi mente seguía agitada. Tanto, que a las 7:23 a.m. me desperté sobresaltado.

Dice usted en su artículo que “el problema económico español está en el endeudamiento privado y no en el público”. Su gráfico, con datos del Banco de España, lo corrobora: la deuda de las sociedades privadas no financieras es significativamente más alta que las demás curvas. Los datos son irrefutables, y contra ellos no puedo decir nada. Pero sí contra su interpretación.

El domingo pasado pude conocer que alrededor de la mitad de esa deuda privada no financiera la poseen las empresas del IBEX35 que no son bancos. Es decir, las veintipico empresas privadas más importantes de nuestro país.

Mi sobresalto de alcoba se produjo cuando me di cuenta de que esas empresas no sólo invierten en España, sino también fuera de sus fronteras. Esto significa que Telefónica, Repsol o Inditex tienen su negocio fuertemente internacionalizado. Es más, en algunos casos poseen más intereses económicos fuera que dentro de España.

Desconozco cuál es la estructura de la deuda de estas empresas, pero puedo imaginar que una gran parte de la misma la asume la matriz, lo que viene siendo la empresa central con sede en España, con la que, probablemente, estarán financiando sus negocios internacionales. Si esto es así, comparar esa deuda con el PIB español es, cuando menos, y como se dice en el ajedrez, una imprecisión. Es como comparar el tamaño del pene de un asno con el receptáculo femenino de un gorrino hembra, únicamente porque ambos vivan en la misma granja. Evidentemente, el primero no cabe en el segundo, a pesar de que compartan unas mismas fronteras. Lo suyo sería compararlo con los de las burras de las granjas de los alrededores, que son los lugares en los que el citado miembro tendrá que ser encajado. Perdóneme la comparación soez pero creo que da una idea bastante significativa de lo que quiero expresar.

Si estoy en lo cierto en ambas cuestiones (la de la deuda soberana y las autonomías y la de la deuda privada comparada con el PIB), las conclusiones de su artículo son erróneas. Esto me lleva a tres ideas, que me permito exponer a continuación con toda la franqueza de la que soy capaz:

(1) Que ustedes los economistas, en muchos casos, no tienen ni pajolera idea de lo que hablan. Ustedes usan el razonamiento matemático para demostrar sus tesis, y, cuando las hacen públicas, lo hacen, como quien dice, sentando cátedra, diciendo que las cosas son exactamente como ustedes las plantean. Sin embargo, la economía no es una ciencia exacta. La física sí lo es, y la ingeniería, su heredera, cuando llega a una conclusión es universal e irrefutable. Los puentes no se caen porque las estructuras que se calculan son precisas, lo que quiere decir que dos ingenieros distintos haciendo los mismos cálculos llegan a una conclusión similar. Sin embargo, ustedes los economistas rara vez se ponen de acuerdo. Usando los mismos datos y las mismas herramientas sólo coinciden, casualmente, cuando el color político con el que se tiñen es parecido. La prueba de ello es que ustedes, como colectivo, no consiguen dar una solución única, es decir, universal e irrefutable, a los problemas que nos afligen, en especial al de la crisis actual.

(2) Que ustedes los políticos son capaces de, no voy a decir manipular, pero sí utilizar los datos en función de lo que quieran decir. En su caso, usa usted una fuente tan fiable como el Banco de España para concluir que el problema de la deuda está en las empresas privadas, y el de la deuda pública en el estado central, y no en las autonomías. Si yo estoy, totalmente o en parte, en lo cierto, usted no tiene (parcial o totalmente) razón, y esto me hace intuir que sus razonamientos se ven en gran medida influenciados por el alineamiento neomarxista y postkeynesiano que usted mismo afirma profesar. Es decir, que usted, como político, no es imparcial. Usted, como toda persona humana, ve la realidad a través su particular prisma. Esto, sinceramente, no me preocupa, pero sí el hecho de que use erróneamente unas cifras para convencernos de su visión de la realidad.

(3) Que yo adolezco de dos defectos: (a) mi desconocimiento en materia económica y (b) mi creciente desconfianza en las personas que, como usted, poseen responsabilidades políticas.

De estas tres conclusiones le aseguro con sinceridad que es la tercera la que me parece más razonable. Le aseguro que no estoy siendo cínico en esto, y es por ello por lo que le escribo esta carta. Le estaría muy agradecido si usted se tomara tiempo para responderla, argumentando los errores que en la misma haya podido cometer. Le aseguro que tanto el contenido de estas líneas como las que usted me responda las voy a hacer públicas entre mis círculos de amistad sin cortar ni modificar una coma. Deseo con total franqueza que sus múltiples ocupaciones le permitan dedicar unos minutos a ello.

Le saludo con cordial afecto y le deseo una buena mañana. Entre otras cosas, porque de lo que usted haga depende mi futuro como persona y como trabajador autónomo que soy.

Muchas gracias,
Ignacio Moreno Flores.